jueves, 11 de agosto de 2011


EL CONOCIMIENTO DE UNO MISMO
14 conferencias de
KRISHNAMURTI
CONFERENCIAS PRONUNCIADAS EN OJAI, CALIFORNIA, EN 1949
Traducción directa del inglés.
Revisada por
Arturo Orzábal Quintana
I
Es muy importante, a mi entender, que seamos sumamente serios. Los que acuden a estas reuniones, los que
asisten a diversas conferencias de este tipo, se creen muy formales y serios. Pero me agradaría descubrir qué
entendemos por “ser formal”, “ser serio”. ¿Es formalidad, demuestra seriedad, eso de ir de un conferenciante u
orador a otro, de un dirigente a otro, de un instructor a otro? ¿O que acudamos a diferentes grupos, o pasemos por
diversas organizaciones, en busca de algo? Antes, pues, de empezar a averiguar lo que es ser serio, debemos
ciertamente descubrir qué es lo que buscamos.

¿Qué es lo que busca la mayoría de nosotros? ¿Qué es lo que cada uno de nosotros quiere? Sobre todo en este
mundo de desasosiego, en el que todos procuran hallar cierto género de felicidad, alguna clase de paz, resulta sin
duda importante averiguar -¿no es así?- qué es lo que intentamos buscar, qué es lo que tratamos de descubrir. Es
probable que la mayoría de nosotros busque alguna especie de felicidad, alguna clase de paz; en un mundo
sacudido por disturbios, guerras, contiendas, luchas, deseamos un refugio donde pueda haber algo de paz. Creo que
eso es lo que casi todos deseamos. Y así proseguimos, yendo de un dirigente a otro, de una organización religiosa a
otra, de un instructor a otro.

Ahora bien: ¿andamos en busca de la felicidad, o lo que buscamos es alguna clase de satisfacción de la que
esperamos derivar felicidad? Hay una diferencia, por cierto, entre felicidad y satisfacción. ¿Podéis buscar la
felicidad? Tal vez podáis hallar satisfacción; pero, ciertamente, no podéis encontrar la felicidad. La felicidad, sin
duda, es un derivado; es un producto accesorio de alguna otra cosa. Antes, pues, de consagrar nuestra mente y
corazón a algo que requiere gran dosis de seriedad, de atención, de pensamiento, de cuidado, debemos descubrir
-¿no es así?- qué es lo que buscamos; si es felicidad o satisfacción. Temo que la mayoría de nosotros busquemos
satisfacción. Deseamos estar satisfechos, deseamos hallar una sensación de plenitud al final de nuestra búsqueda.

¿Podéis, empero, buscar algo? ¿Para qué venís a estas reuniones? Por qué estáis todos aquí sentados,
escuchándome? Sería muy interesante averiguar por qué estáis escuchando, por qué os tomáis la molestia de venir
desde largas distancias, en un día caluroso, para escucharme. ¿Y qué es lo que escucháis? ¿Procuráis hallar
solución a vuestras dificultades y es por eso que vais de un conferenciante a otro, que pasáis por diversas
organizaciones religiosas, leéis libros, etc.? ¿O tratáis de hallar la causa de toda la perturbación, la miseria, las
contiendas y las luchas? Eso, por cierto, no exige que leáis mucho, que asistáis a innumerables reuniones, o andéis
en busca de instructores. Lo que exige es claridad de intención, ¿no es así?

Después de todo, si uno busca la paz puede encontrarla muy fácilmente. Puede uno consagrarse ciegamente a
alguna causa, a una idea, y hallar en ella un refugio. Eso, a buen seguro, no resuelve el problema. El mero
aislamiento en una idea que nos encierra, no nos libra del conflicto. Debemos, pues -¿no es así?- descubrir qué es
lo que cada uno de nosotros quiere, tanto en lo íntimo como exteriormente. Si esto lo vemos claro, no
necesitaremos ir a parte alguna, recurrir a ningún instructor, a ninguna iglesia, a ninguna organización. De modo
que nuestra dificultad -¿no es así?- estriba en aclarar para nosotros mismos cuál es nuestra intención. ¿Puede haber
claridad en nosotros? ¿Y esa claridad nos viene indagando, tratando de averiguar lo que otros dicen, desde el más
elevado instructor hasta el vulgar predicador de la iglesia a la vuelta de la esquina? ¿Tenéis que recurrir a alguien
para descubrir? Y sin embargo, eso es lo que hacemos, -¿no es así? Leemos innumerables libros, asistimos a
muchas reuniones; y discutimos, ingresamos a diversas organizaciones, procurando con ello hallar un remedio al
conflicto, a las miserias de nuestra vida. O, si no hacemos todo eso, creemos que hemos encontrado; esto es,
decimos que una organización determinada, tal o cual instructor, determinado libro, nos satisface: en eso hemos
hallado todo lo que deseamos, y en eso permanecemos, cristalizados y encerrados.

Debemos, pues, llegar al punto en que nos preguntemos, de un modo realmente serio y profundo, si alguien
puede darnos la paz, la felicidad, la realidad, Dios, o lo que os plazca. ¿Puede esta búsqueda incesante, este anhelo,
brindarnos ese extraordinario sentido de realidad, ese estado creador, que surge cuando realmente nos
comprendemos a nosotros mismos? ¿El conocimiento propio nos llega mediante la búsqueda, siguiendo a alguien
perteneciendo a determinada organización, leyendo libros, etc.? Después de todo -¿no es así?- ese es el principal
problema: que mientras no me entienda a mí mismo, no tengo base para el pensamiento, y toda mi búsqueda será
en vano. Puedo refugiarme en las ilusiones, puedo huir de la contienda, de la lucha, de la brega; puedo adorar a
otro ser; puedo esperar mi salvación de otra persona. Mientras sea, empero, ignorante de mí mismo, mientras no
me de cuenta del proceso total de mí mismo, no tengo base para el pensamiento, para el afecto, para la acción.

Pero esa es la última de las cosas que deseamos: conocernos a nosotros mismos. Y ese, por cierto, es el único
fundamento sobre el cual podemos construir. Pero antes de poder construir, de poder transformar, antes de poder
condenar o destruir, tenemos que saber lo que somos. De modo, pues, que el emprender la búsqueda y cambiar de
instructores de “gurús”, la práctica riel “yoga”, los ejercicios de respiración, el realizar ceremonias, el seguir a
Maestros y toda otra cosa análoga, es totalmente inútil, ¿verdad? Carece de sentido aun cuando las mismas
personas a quienes seguimos nos digan: “estudiaos a vosotros mismos”. Porqué el mundo es lo que somos
nosotros. Si somos mezquinos, celosos, vanos, codiciosos, eso es lo que creamos en torno nuestro, esa es la
sociedad en la cual vivimos.

Paréceme, pues, que antes de emprender un viaje para hallar la realidad, para encontrar a Dios, antes de que
podamos actuar, antes de que podamos tener relación alguna unos con otros -y eso es la sociedad- resulta por
cierto esencial que empecemos por entendernos a nosotros mismos en primer término. Y yo considero persona seria a aquella a quien eso le interesa completamente, ante todo, y no cómo llegar a determinada meta. 
Porque, si vosotros y yo no nos entendemos a nosotros mismos, ¿cómo podremos, en la acción, operar una transformación en la sociedad, en la convivencia, en nada que hagamos? Y ello no significa, de seguro que el conocimiento propio se
oponga a la convivencia o esté aislado de ella. No significa, evidentemente, acentuar lo individual, el “yo” como opuesto a la masa, como opuesto a los demás. No se si algunos de vosotros habéis intentado seriamente estudiaros a vosotros mismos, vigilando toda palabra y las respuestas que ella provoca, vigilando todo movimiento del pensar y del sentir -observándolo, nada más- conscientes de vuestras respuestas corporales, sea que obréis movidos por vuestros centros físicos o por una idea: observando cómo respondéis a la situación mundial. No se si alguna vez y en alguna forma habéis ahondado seriamente esta cuestión. Tal vez de un modo esporádico, último recurso, cuando
todo lo demás ha fracasado y os halléis fastidiados, algunos de vosotros lo hayan intentado.

Ahora bien: sin conoceros a vosotros mismos, sin conocer vuestra propia manera de pensad por qué pensáis
ciertas cosas; sin conocer el “trasfondo” de vuestro “condicionamiento”, ni por qué tenéis ciertas creencias en
materia de arte y de religión, acerca de vuestro país y vuestros vecinos, y acerca de vosotros mismos, ¿cómo podéis
pensar verdaderamente sobre cosa alguna, Si no conocéis vuestro “trasfondo”, si no conocéis la substancia ni el
origen de vuestro pensamiento, vuestra búsqueda resulta del todo vana, por cierto, y vuestra acción carece de
sentido. ¿No es así? Tampoco tiene sentido alguno el que seáis americanos o hindúes, o que vuestra religión sea
una u otra.

Antes, pues, de que podamos descubrir cuál es el propósito final de la vida, qué significa todo eso: las
guerras, los antagonismos nacionales, los conflictos, toda esa baraúnda, debemos ciertamente empezar por
nosotros mismos, ¿verdad? Ello suena tan sencillo, pero es extremadamente difícil. Para seguirse uno mismo, en
efecto, para ver cómo opera el propio pensamiento, hay que estar extraordinariamente alerta.Así, a medida que
uno empieza a estar cada vez más alerta ante los enredos del propio pensar, ante las propias respuestas y los
propios sentimientos, empieza uno a ser más consciente, no sólo de sí mismo sino de las personas con las que está
en relación. Conocerse a sí mismo es estudiarse en acción, en la convivencia. Mas la dificultad está en que somos
muy impacientes; queremos seguir adelante, queremos alcanzar una meta. Y a causa de ello no tenemos tiempo ni
ocasión de brindarnos a nosotros mismos una oportunidad, de estudiar, de observar. O nos hemos comprometido
en diversas actividades: ganarnos el sustento, criar niños, o hemos asumido ciertas responsabilidades en diversas
organizaciones. Tanto nos hemos comprometido de distintas maneras, que casi no tenemos tiempo para reflexionar
sobre nosotros mismos, para observar, para estudiar. De tal modo, la responsabilidad de la reacción depende en
realidad de uno mismo, no de los demás. Y el seguir -como se hace en América y en el mundo entero- a los
“gurús” y sus sistemas, el leer los últimos libros sobre esto o aquello, paréceme de una total vacuidad,
absolutamente vano. Podréis, en efecto, recorrer la tierra entera, pero tendréis que volver a vosotros mismos. Y
como casi todos somos totalmente inconscientes de nosotros mismos, es en extremo difícil empezar a ver
claramente el proceso de nuestro pensar, sentir y actuar. Y ese es el tema que voy a desarrollar en mis pláticas
durante las próximas semanas.

Cuanto más os conocéis a vosotros mismos, más claridad existe. El conocimiento propio no tiene fin: no
alcanzáis una realización, no llegáis a una conclusión. Es un río sin fin. Y, a medida que se lo estudia, que en él se
ahonda de más en más, encuéntrase la paz. Sólo cuando la mente está tranquila -mediante el conocimiento propio,
no mediante una autodisciplina impuesta- sólo entonces, en esa quietud, en ese silencio, puede advenir la realidad.

Es sólo entonces que puede existir la beatitud, que puede haber acción creadora. Y a mí me parece que sin esa
comprensión, sin esa experiencia, el mero hecho de leer libros, de asistir a conferencias, de hacer propaganda, es
del todo infantil; es una mera actividad sin gran significación. Por el contrario, si uno logra comprenderse a sí
mismo, y con ello realizar esa felicidad creadora, esa vivencia de algo que no es de la mente, entonces, tal vez,
puede haber una transformación inmediata en la convivencia alrededor nuestro, y, por lo tanto, en el mundo en que
vivimos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario